En el siglo XVI, la depresión fue la enfermedad por elección del hombre excepcional, de aquél que no tenía nada por encima de sí. Durante la etapa romántica, quedó a medio camino entre el genio creativo y la locura. Hoy día, es la situación de cada individuo en la sociedad occidental.
La depresión es una patología concerniente al tiempo (el deprimido cree no tener futuro) y una patología concerniente a la motivación (el deprimido no tiene energía, su movimiento se ralentiza, sus palabras se tornan macarrónicas). El deprimido tiene problemas para plantear proyectos, a él o ella adolecen de la energía y la mínima motivación para llevarlo a cabo. Inhibido, impulsivo o compulsivo, tiene problema para comunicarse consigo mismo y con otros. Sin proyectos, motivación o comunicacion, el deprimido permanece diametralmente opuesto a nuestras normas sociales.
Depresión y adicción son los nombres dados a lo incontrolable, que encontramos cuando dejamos de hablar sobre ganar nuestra libertad y empezamos a trabajar en convertirnos en nosotros mismos y tomar una iniciativa para la acción. Nos recuerdan que lo desconocido es parte de cada persona - y que siempre lo ha sido. Puede cambiar, pero no desaparecer: es por eso por lo que nunca dejamos el reino humano. Esa es la lección de la depresión.