Ella estaba llena de hematomas inexplicables... se le drenaba el líquido diariamente... se le bombeaba oxígeno por la nariz... orina, sangre y esputos se escapaban y rezumaban por los orificios.
Marie lloraba cada día. Oraba a Dios para que se la llevara. Suplicaba cada día a los médicos por una aguja que acabara con todo aquello. Se le empezaban a formar escamas en la piel, que antaño fuera blanquecina. Apenas comía. Su lengua estaba inflamada, roja oscura; se llegó a partir y sangró profusamente. El Dr. X la saludó y sonrió, y añadió que ella estaba bien. Marie le imitaba sonriendo como el gato de Cheshire y luego declaraba que era «un idiota» y «un cagón».