¿Sabes quién eres?

Tres oleadas de rebelión

¿Adónde dirigimos nuestros puños para asestar el golpe letal al cuerpo del capitalismo?

Albert Ian / RP

Los músculos y el corazón

La respuesta tradicional marxista, defendida por revolucionarios desde Bakunin a Occupy, consiste en atacar los procesos de producción a través de la huelga. La huelga total de los trabajadores es el sueño, que una vez imaginara amenazadoramente el escritor socialista Jack London, de la balanza al revés: los ricos pasando hambre en sus mansiones mientras los trabajadores se sientan a descansar. La huelga dispara al corazón y los músculos del capitalismo porque amenaza con una retirada de nuestro trabajo colectivo capaz de paralizar el sistema. Pero las transformaciones que acarrea el capitalismo postindustrial, combinadas con décadas de organización para una gran deserción que nunca se materializa, han hecho jirones la otrora orgullosa bandera de la huelga. La última generación en llevarla a cabo fueron los héroes de 1968, quienes antes de apagarse consiguieron instigar la primera huelga salvaje de la historia.

El cerebro y la mente

Una respuesta más reciente nos insta a poner fin a la esclavitud económica a través de la abolición de la deuda. La deuda, sostiene este argumento, constituye la forma moderna de esclavitud. Las deudas impagables mantienen a la mayoría de la población encadenada a los ciclos maníaco-depresivos del capitalismo, mientras un número de personas cada vez más reducido consigue hacerse más y más rico. Así pues, hay dos tácticas post-occupy que apuntan directamente contra la deuda. La primera es la táctica de la huelga de deudores, tal y como están haciendo los deudores de créditos universitarios que se niegan colectivamente a devolver sus préstamos. La segunda táctica es un movimiento de ataque a la deuda, como el Rolling Jubilee, un proyecto puesto en marcha recientemente, que fue concebido por Adbusters en 2009 y llevado a cabo por un grupo afín de disidencia formado por ocupantes de Zuccotti Park en 2012 y que consiste en comprar deuda impagada o en riesgo de impago a unos cuantos centavos el dólar para, a continuación, condonarla.

Al igual que la huelga tradicional, ambas tácticas de resistencia a la deuda apuntan al sistema de producción, ahora personificado por Goldman Sachs más que por Ford. Pero, además, estas tácticas, como Friedrich Nietzsche y en los últimos tiempos David Graeber han señalado, socavan los poderosos vínculos sociales y morales que nos atan a la trampa del sistema. El activismo antideuda golpea, así pues, de forma simultánea en lo material y en lo ideológico: tanto en el cerebro del capitalismo como en su mente.

La sangre y el alma

A caballo entre lo viejo y lo nuevo, Silvio Gesell, un economista anarquista de principios del s. XX ahora redescubierto, propone una impactante tercera forma de responder. Gesell nos llama a asestar un golpe letal al dinero, a su estatus inmaterial e inmortal. En todos los sistemas financieros desde la Antigüedad, al dinero se le ha concedido el derecho mágico y exclusivo de no envejecer nunca. Y cuando se sacraliza así el dinero, siempre acaba originando crisis económicas. Los ricos se hacen de oro mientras los pobres se mueren de hambre... El dinero escasea cada vez más, la gente gasta menos, los trabajadores no pueden encontrar trabajo porque, se mire como se mire, siempre es preferible tener dinero inmortal en un banco a tener bienes materiales en un almacén. Así que ¿por qué no secularizar el dinero? ¡Expulsadlo de los cielos, devolvedlo al reino de lo mortal!

En el momento más severo de la primera Gran Depresión, una pequeña ciudad austríaca gravemente afectada por la crisis hizo justamente eso. Siguiendo la propuesta de Gesell, cada billete de la moneda de Wörgl pasó a perder un 1% de su valor cada mes. Desde que se puso en marcha este poderoso incentivo para gastar rápidamente y en el ámbito local, la ciudad experimentó un milagro económico: en cuestión de meses, Wörgl prosperaba; se redujo el desempleo a cero, y se financiaron y llevaron a cabo varios grandes proyectos de desarrollo. Cuando cerca de 200 comunidades comenzaron a utilizar sus propias monedas al estilo de Wörgl, el Banco Central de Austria ilegalizó las monedas Gesellianas declarándolas una amenaza a la autoridad del Estado. Tan pronto se vieron privados de su moneda mágica, los habitantes de Wörgl vieron cómo su pequeño pueblo recaía rápidamente en la depresión económica y el desempleo.

Hoy en día, más de setenta años después del experimento de Wörgl, la idea de Gesell de una moneda con sobrestadía –que pierde valor con el tiempo– vuelve a estar en boga. El influyente economista Bernard Lietaer, autor de The Future of Money: Beyond Greed and Scarcity [El futuro del dinero: Más allá de la avaricia y la escasez], propone una moneda global de ese tipo llamada “terra”. En internet, los renegados de la web están desarrollando una moneda inspirada por Gesell, el Freicoin, una moneda digital basada en los bitcoins. Y en Baviera, Alemania, los insurrectos financieros han lanzado el chiemgauer, un billete que pierde el 2% de su valor cada trimestre y que ha sido aclamada como la moneda de mayor éxito en el mundo. Estas nuevas y audaces iniciativas apuntan al sistema circulatorio del capitalismo, drenando su sangre y su supuesta alma inmortal.

Así que ¿deberíamos golpear en los músculos, la mente o la sangre vital del capitalismo... o en los tres al mismo tiempo? Reavivar la huelga salvaje, abolir la deuda, destronar el dinero, el último dios de la civilización occidental... estas podrían ser las triples olas de un tsunami que entierre el capitalismo para siempre.

Micah White y Chiara Ricciardone