La ecología de la mente

El nacimiento del movimiento definitorio de nuestra era.

Jörg Klaus

Durante miles de generaciones los seres humanos hemos crecido en la naturaleza. Nuestros maestros eran la flora y la fauna y nuestros libros de texto las tormentas y las estrellas del cielo nocturno. Nuestras mentes eran como los bosques, los oasis y los deltas alrededor de los cuales nuestras culturas germinaban: caóticas, salvajes y fecundas.

Pero en las últimas dos generaciones, hemos abandonado en gran parte el mundo natural, sumergiéndonos en nuestras propias realidades virtuales. En la actualidad el entorno sintético compite con el entorno natural como fuerza impulsora de nuestras vidas, por lo que el entorno mental se ha convertido en el campo de batalla donde se decidirá nuestro destino como especie. Al emigrar de la naturaleza hemos hecho algo más que una simple mudanza; hemos alterado profundamente el contexto en el que vivimos nuestras vidas.

A lo largo de esta transición a una nueva realidad psicológica, hemos visto también un aumento exponencial de las enfermedades mentales. La humanidad está sufriendo una incontrolable epidemia global de ansiedad, trastornos del estado de ánimo y depresión. Las Naciones Unidas predicen 2020 las enfermedades mentales serán más comunes que las enfermedades del corazón para el año 2020.

¿Por qué está pasando todo esto? ¿Por qué estamos colapsando mentalmente?

Si preguntas a los psicólogos qué es lo que está haciendo crecer el número total de psicopatologías en la especie humana, te podrán señalar una lista de causas: la descomposición de la comunidad, la inseguridad de los roles sociales, el estrés de la vida moderna y la globalización y quizá también los agentes químicos del aire, el agua y la comida que pueden estar afectando a nuestro cerebro de manera imprevista. Otros culparán a los miles de anuncios publicitarios, agresivos, cargados eróticamente, que nuestros cerebros absorben día tras día. Y aún otros dirán que el uso intensivo de Internet nos hace dependientes y provoca depresiones, y que la revolución digital está reconfigurando el cerebro en formas patológicas. Nadie lo sabe con certeza.

Pero aventurarse es tentador.

Lo que sigue es solo un comienzo, una introducción a algunos de los tóxicos mentales, virus de información y traumas psíquicos con los que lidiamos cada día; un bosquejo de los peligros que amenazan nuestra «ecología mental».

EL RUIDO

Durante miles de generaciones, el ruido ambiental lo constituyeron la lluvia, el viento y las conversaciones de la gente. Hoy, la banda sonora que llena nuestras vidas es muy diferente. El ruido actual es omnipresente e indescifrable. Desde el incesante traqueteo del tráfico en hora punta al zumbido de la nevera y el del ordenador, hay varios tipos de ruido (azul, blanco, rosa, negro) que no dejan de filtrarse en nuestro ecosistema mental. Dos, quizás tres generaciones enteras se han convertido ya en adictas a este estímulo. No pueden trabajar sin música de fondo, no pueden salir a correr sin los auriculares, no pueden estudiar sin la tele encendida, no pueden dormir sin un iPhone conectado bajo la almohada... La esencia de nuestra era posmoderna quizás resida en esa especie de partitura urbana. Intentar encontrarle sentido al mundo que hay por encima del estrépito de nuestro mundo electrónico es como vivir al lado de una autopista: uno se acostumbra, pero a costa de renunciar a una gran parte de conciencia y bienestar.

El silencio nos resulta extraño, pero silencio es quizá justo lo que necesitamos. El silencio es a una mente sana lo que el aire y agua limpios son a un cuerpo sano. En un ecosistema mental más limpio y sereno, los trastornos del estado de ánimo y la depresión remitirían.

INFOTOXINAS E INFOVIRUS

Desde el momento en que suena el despertador por la mañana hasta las primeras horas de los programas de la noche, las micro interrupciones de contaminación comercial no cesan de inundarnos el cerebro a un ritmo de 3.000 mensajes comerciales diarios. Se calcula que cada día se vierten en el inconsciente colectivo de los norteamericanos 12.000 millones de anuncios visuales, más de 200.000 anuncios televisivos y un número desconocido de banners publicitarios y correos basura. La industria publicitaria constituye simple y llanamente el mayor experimento psicológico jamás realizado sobre la especie humana. Aun así, su impacto sobre nosotros apenas ha sido estudiado y nos es en gran parte desconocido.

LA EROSIÓN DE LA EMPATÍA

La primera vez que vimos a un niño muriendo de hambre en un anuncio televisivo, nos horrorizamos. Quizás enviamos algún dinero. Pero a medida que estas imágenes fueron haciéndose más y más habituales, nuestra compasión se evaporó. Con el tiempo, estos anuncios empezaron a provocarnos repulsa, y ahora no sentimos nada al ver a un niño más muriendo de hambre.

El estadounidense medio es testigo de cinco actos de violencia (asesinatos, disparos, asaltos, accidentes de coche, violaciones) por cada hora que pasa sentado delante de la televisión en horario de máxima audiencia. En cuanto al sexo en los medios y el porno en Internet, todos sabemos qué es lo que capta nuestra atención y nos hace dejar de hacer zapping: labios carnosos, escotes voluptuosos, nalgas de acero, jóvenes exultantes... Crecer en un entorno mediático eróticamente cargado altera la raíz misma de la personalidad. Distorsiona la sexualidad. Cambia la forma en que te sientes cuando alguien te pone de repente la mano en el hombro, cuando te abrazan o coquetean contigo a través de la ventanilla del coche. Distorsiona la imagen que tenemos de nosotros mismos en tanto que seres sexuados. Por otra parte, el flujo constante de mensajes comerciales acompañados de pseudosexo, violaciones y pornografía nos hace más voyeuristas, insaciables y agresivos. Es entonces, en algún punto del camino, cuando nada, ni siquiera las violaciones, la tortura, el genocidio o la guerra pornográfica, consiguen ya despertar la más mínima emoción en nosotros.

La industria publicitaria es al ecosistema mental lo que las fábricas son a los ecosistemas físicos. Las fábricas expulsan vertidos al agua o al aire porque es la forma más eficiente de producir plástico, pasta de papel o acero. Las cadenas de radio y televisión contaminan el medio cultural porque es la forma más eficaz de producir audiencia. Contaminar sale a cuenta. La lluvia radiactiva psíquica no es más que el precio a pagar por montar el espectáculo.

LA PÉRDIDA DE LA INFODIVERSIDAD

La información que consumimos es cada vez más simple y homogeneizada. Diseñada para llegar a millones de personas, a menudo carece de matices, de complejidad y de contexto. Cuando todos leemos las mismas falacias en Wikipedia y vemos los mismos vídeos virales en youtube, sufrimos un empobrecimiento de la cultura.

La homogeneización cultural tiene consecuencias más graves que el hecho de que los mismos peinados, eslóganes, música y héroes de acción se repitan ad nauseam en todo el mundo. En todos los sistemas, la homogeneización es un veneno. La falta de diversidad lleva a la ineficiencia y el fracaso. La infodiversidad es tan crucial para nuestra supervivencia a largo plazo como lo es la biodiversidad. Ambas constituyen los cimientos de la existencia humana.

LA FRAGMENTACIÓN DE LA PERSONALIDAD
(Síndrome de la mente agitada)

Al principio toda esa información era agradable. Era como si la totalidad del conocimiento estuviese al alcance de un hipervínculo y nos movíamos felizmente de un lado a otro en la senda de la información, mandando correos a los colegas, añadiendo marcadores y saltando de una página a otra bien entrada la noche. Pero cuando la chispa se apagó, nos vimos inmersos en un estado de estupor digital: incapaces de concentrarnos, dispersos, ansiosos y fatigados.

Para muchos de nosotros, lo que empezó como un estimulante pasatiempo se ha convertido en una necesidad compulsiva diaria. Nuestros teléfonos inteligentes, netbooks y ordenadores nos mantienen siempre en línea. Mientras esperamos en la cola del supermercado o dando un paseo vespertino o mientras leemos un libro o incluso asistiendo a un concierto, mandamos mensajes a nuestros amigos y recibimos actualizaciones de Twitter. Nos ahogamos en un torrente interminable de conectividad. Y las futuras generaciones puede que estén aún más enganchadas. Un estudio del Pew Research Center muestra que los adolescentes estadounidenses mandan unos 50 mensajes de texto o más al día y un tercio sobrepasa los 100. Otro estudio por parte de la Kaiser Family Foundation señala que los niños estadounidenses de entre 8 y 18 años pasan una media de 7 horas y media al día con algún tipo de dispositivo electrónico.

Nuestras vidas en línea puede que estén atrofiando nuestra capacidad para seguir una línea de pensamiento concreta, para pensar en profundidad e quizá también para alcanzar «las alturas del éxtasis y las profundidades de la tragedia» en nuestra vida creativa. Puede que estemos sufriendo la intoxicación de información que Nicholas Carr identificó por primera vez y que detectó en sí mismo. «Durante los últimos años», escribe, «he tenido la extraña sensación de que algo, o alguien, estaba trasteando en mi cerebro, cambiando mis conexiones neuronales, reprogramando la memoria... parece que lo que la Red está haciendo es socavar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente ahora trata de usar la información del mismo modo que la Red la distribuye: en un fugaz torrente de partículas. Antes era un submarinista en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como si fuera en una moto acuática».

EL AGOTAMIENTO DE LA CULTURA

En la carrera por la expansión económica hemos agotado reservas de petróleo, hecho añicos bosques milenarios y secado los pozos de tanto bombear. Ahora estamos agotando la «cultura del antiguo crecimiento»: sorbiendo la historia, mitología, música, arte e ideas que las generaciones pasadas nos han legado. Todo lo proveniente del pasado está siendo cribado, reciclado, remezclado, reproducido y reusado.

Jaron Lanier, el padre de la «realidad virtual», es quizá el más respetable y lúcido tecnólogo para identificar un defecto muy preocupante en la salud de nuestra cultura. En Contra el rebaño digital: Un manifiesto, Lanier escribe que nuestra cultura ahora es una remezcla nostálgica donde la auténtica «expresión de primer orden» se ha troceado y amasado hasta convertirse en una «expresión de segundo orden». Y aunque Lanier se muestra reticente a proponer un método infalible para distinguir entre ambas, sí que sugiere que lo característico de una expresión de primer orden es que aporta algo «genuinamente nuevo [al] mundo», mientras que las obras derivadas reciclan, repiten y son incapaces de innovar.

El resultado es una sociedad que trata nuestra herencia cultural como un recurso de explotación. En vez de producir nuevas obras de auténtico arte que repueblen nuestro ecosistema mental, elogiamos al aficionado cuyos refritos pueden ser muy divertidos pero no contribuyen con nada de valor al intercambio cultural. Esta situación se muestra especialmente alarmante si tenemos en cuenta que del mismo modo que solo existe una cantidad limitada de nutrientes en el suelo, también hay solo una cantidad finita de creatividad acumulada en el pasado. El Gran Arte es una rareza, y tanta remezcla solo es posible si antes alguna verdadera creación artística se pierde. Y sin la producción de una auténtica cultura, nuestro ecosistema mental está en peligro de convertirse en un yermo arrasado, esquilmado y agotado.

En palabras de Lanier, «nos enfrentamos a una situación donde la cultura está, efectivamente, comiéndose sus propias semillas de siembra».

LA BATALLA DE LA ECOLOGÍA MENTAL

Nos encontramos al borde de una conjunción de catástrofes. El colapso financiero, ecológico y ético se avecina en el horizonte mientras el índice de enfermedades mentales no para de aumentar. El mundo se ha vuelto, literalmente, loco.

Pero a medida que más gente encuentra la raíz de sus desórdenes afectivos y depresiones en las toxinas presentes en el ecosistema mental, comienzan a oírse en la lejanía murmullos de insurrección. De los carteles publicitarios saboteados, a las provocaciones rebeldes que nos instan a dar el gran rechazo, estamos siendo testigos de las contracciones uterinas de la revolución paradigmática del siglo XXI. Lo que está por llegar es una recuperacíon de lo salvaje en el espíritu, una revuelta contra los falsos significados de la publicidad y las corporaciones. Lo que empieza hoy aquí se conocerá como el movimiento ecologista de la mente.

— Kalle Lasn y Micah White