#OccupyMainStreet

Historia de la revuelta y la revolución en América Latina

Cómo romper las cadenas del colonialismo indirecto.

«El colonialismo no es una máquina capaz de pensar, un cuerpo dotado de razón. Es violencia desnuda».

—Frantz Fanon, Los condenados de la tierra.

Cuando se silenciaron las armas el 12 de agosto de 1898, los viejos imperios de Europa se vieron confrontados con una nueva realidad. A España, quien una vez fue un vasto y potente imperio con territorios por todo el mundo, la había hecho caer un novato en la conquista: los Estados Unidos de Norteamérica. Cuba, Guam y las Filipinas —donde continuó la guerra por un tiempo más— se le cedieron a EE.UU. y un nuevo paradigma económico, social y político desterró a las naciones europeas del «Nuevo Mundo» —con la notable excepción de Gran Bretaña en Guyana y Belice—.

Tras apenas un siglo de control norteamericano estamos presenciando el nacimiento de un nuevo paradigma, que —en algunas partes tiene una larga tradición y que es del todo nuevo en otras— se centra en la eliminación de la violencia estatal de un régimen títere colonial, el fin del saqueo financiero internacional y el avance de nuevas formas de solidaridad regional y nacional. Se están reescribiendo los protocolos de comercio internacional entre las naciones desarrolladas, en vías de desarrollo y subdesarrolladas. Este cambio estaba en el corazón de la Primavera árabe y ahora va prendiendo en su camino por América Latina.

El 2 de diciembre de 1823, el presidente norteamericano James Monroe declaró durante su discurso anual de la Unión que los Estados Unidos no volverían a tolerar intervenciones colonialistas europeas en el Nuevo Mundo (específicamente en América Latina). También destacó que cualquier interferencia se vería como un acto de agresión contra los Estados Unidos y se contrarrestaría con intervención militar. En pocas palabras, Monroe estableció el poder agresivo unilateral que hoy en día damos por sentado como la piedra Rosetta de la globalización neoliberal: cada nación del Viejo Mundo estará sujeta a la superioridad del poder estadounidense.

La primera prueba para la doctrina Monroe tuvo lugar durante la guerra hispano-estadounidense; casi cinco meses de lucha y miles de víctimas militares y civiles, resultó en un giro en la estructura colonial y de poder del Nuevo Mundo.

En lugar de seguir el paradigma de administración regional de sus rivales del Viejo Mundo de ocupación militar y creación de burocracias coloniales, los Estados Unidos optaron por centrarse en crear condiciones en América Latina más que favorables para sus intereses mercantiles, lo que hoy en día se define como los intereses de las empresas o corporaciones multinacionales (EMN o CM). Estas condiciones son a costa de la salud y bienestar de los ciudadanos, de no ser libres de corrupción y de violencia sancionada por el Estado, de no tener participación en su propio gobierno y, quizá lo más importante, de perder el derecho a ser los artífices de su propio destino. En vez de eso, las han convertido en el patio trasero del colonialismo corporativo indirecto, proporcionando unas migajas a cambio de su deplorable servidumbre.

Los dictados de las corporaciones multinacionales (CM) se cumplen por medio de la emisión selectiva de préstamos y ayuda financiera a las naciones en vías de desarrollo o subdesarrolladas. Escasos de dinero e inversiones extranjeras, las naciones pobres aceptan las exigencias del Banco Mundial (BM) —cuyo presidente es un ciudadano norteamericano que tradicionalmente es nominado por el presidente de EE.UU. que esté en el cargo— y del Fondo Monetario Internacional (FMI) —tradicionalmente liderado por un ciudadano europeo— para asegurarse de que llegue la ayuda. Estas dos instituciones, que en un principio tenían metas —la eliminación de la pobreza mundial y la estabilización de la economía global— que eran muy nobles, se han convertido en instrumentos al servicio de los intereses de las corporaciones multinacionales estadounidenses e internacionales en América Latina y otras partes.

En el «capitalismo de Adam Smith» llevado a la práctica según se concibió, deberíamos ver cómo la competencia entre las corporaciones multinacionales requeriría de la reinversión de sus ganancias para financiar investigaciones, desarrollo y crecimiento. En vez de eso, presenciamos un estancamiento en el que enormes entidades corporativas simplemente dividen el globo en sus zonas de influencia y destinan la riqueza que obtienen directa y exclusivamente a incrementar sus ganancias. El filósofo y escritor canadiense John Ralston Saul ha comparado este sistema al mercantilismo que existió en los siglos dieciocho y diecinueve, en los que los gobernantes de las naciones europeas concedían títulos para la exploración de tierras nuevas y la explotación de sus pueblos y recursos. Las compañías del siglo dieciocho y diecinueve, como la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y la Compañía Británica de las Indias Orientales, se dividieron el botín de la exploración y subsiguiente colonización. Resulta de lo más irónico que los expertos conservadores tengan a Adam Smith en un altar, cuando Smith estaba completamente en contra de las compañías de exploración y de sus hazañas coloniales de la época.

Este paradigma económico ha creado una situación que con frecuencia se manifiesta en circunstancias surrealistas y muchas veces violentas. Por ejemplo, los campesinos en Honduras no pueden llevar directamente sus plátanos al mercado en su patria debido a los tratados existentes entre el gobierno y la United Fruit Company, con base en EE.UU. Después de la cosecha, los plátanos se exportan a EE.UU. para volver a reintroducirlos al país y que puedan así venderse de forma legal en el mercado. Durante la guerra civil en Angola, que tuvo lugar a lo largo de décadas, el conglomerado estadounidense de petróleo y gas Chevron-Texaco pagó a los rebeldes para que invadieran y tomaran los recursos del pequeño enclave de Cabinda, a la vez que pagó al ejército angoleño para que defendiera sus pozos petroleros de los ataques de esos mismos rebeldes en las regiones vecinas. En la India, a los agricultores que acostumbraban a comprar semillas que crecían de manera natural, permitiéndoles producir la semilla para la siguiente cosecha, les vendieron semillas modificadas genéticamente que murieran después de cada temporada. La «semilla suicida», desarrollada y vendida por la compañía estadounidense Monsanto, se desarrolló para asegurarse que los campesinos tuvieran que comprar semillas nuevas cada temporada. En una nación en la que el 60% de ciudadanos ganan su subsistencia cultivando la tierra o en industrias relacionadas, esta práctica empobrece de tal forma a la población rural que muchos campesinos no encuentran una salida: en el 2009, se suicidaron 17 638 campesinos hindúes (o un campesino cada media hora).

Este tipo de políticas y prácticas forman la base o el control indirecto, o colonialismo corporativo, que el paradigma de EE.UU. ha utilizado en substitución de la administración directa de las viejas formas de gobernabilidad colonial del Viejo Mundo.

En los últimos cinco años, varias regiones de Centro y Sudamérica han podido salir del estancamiento económico. Esto ha sido posible en parte debido a la falta de atención de los Estados Unidos hacia las naciones Latinoamericanas y sus bloques económicos en tanto que socios mercantiles durante la época de George Bush y también a la resistencia abierta al neoliberalismo del FMI y a las políticas de austeridad, desregulación y privatización del Banco Mundial. Varias naciones de la región han elegido líderes populistas que prometen la salvación de la pobreza causada por la aplicación de políticas económicas neoliberales. Las administraciones de Evo Morales en Bolivia, Dilma Vana Rouseff en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela buscan crear sociedades civiles en que los grupos y las clases tengan poder de decisión en las decisiones y políticas del gobierno. Cada una de estas naciones está aquejada de una enorme brecha social y económica entre una pequeña minoría de superricos que se han beneficiado del comercio con naciones occidentales (o del norte) y las multitudes de pobres absolutos que luchaban por sobrevivir.

El cambio no ha sido fácil o sin derramamiento de sangre y fracasos, pero la dicotomía del aristócrata y del indigente endémica de algunas naciones latinoamericanas ya no está escrita sobre piedra. Lo cual no significa que la desigualdad económica y social haya desaparecido por completo; pero los gobiernos occidentales y sus multinacionales han descubierto que Latinoamérica ya no es el campo de experimentación neoliberal. Los pueblos de Bolivia, Brasil y Venezuela tienen la oportunidad de efectuar un cambio en sus vidas en vez de encontrarse con el fatalismo de la globalización neoliberal. Se han creado nuevos bloques de comercio, como el grupo del ALBA —el cual incluye a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y varias naciones caribeñas— de tendencia izquierdista, y estos permiten a los países participantes crecer a su propio ritmo y fomentan relaciones con otras naciones en vías de desarrollo. China ha tomado el lugar de los Estados Unidos como el socio comercial número uno en Centro y Sudamérica. Se han sembrado las semillas de un paradigma de resistencia.

La Cumbre de las Américas del 2012 (celebrada en Cartagena, Colombia, modelo de estado clientelar de Estados Unidos) fue una prueba para esta solidaridad. A Cuba nunca se la ha invitado a la cumbre porque esta es solo para miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la cual Cuba se ha visto excluida por medio de una resolución desde 1962. En el 2009, se anuló la resolución de 1962. Este año, por primera vez en la existencia de la cumbre, Cuba fue punto de discusión entre los miembros con el fin de incluirla como un invitado. Mientras Canadá y Estados Unidos objetaron ante esa posibilidad, la reacción consiguiente de parte de los miembros de la OEA fue osada y demostrativa del espíritu de independencia y resistencia a las exigencias extranjeras que está arrasando por América Latina. La región se alzó, no tanto en defensa de Cuba, sino en oposición a lo que se percibió como una injerencia inapropiada de EE.UU.

Frantz Fanon creía que los sujetos colonizados se redimían solo por medio de la violencia. Vio el derrame de sangre de la revolución como la única manera efectiva de contrarrestar la violencia institucionalizada del propio colonialismo. El nuevo paradigma económico de revolución pacífica, redistribución de la riqueza y realineamiento político fuera de las prácticas importadas neoliberales demuestra que la violencia no es necesaria para lograr cambios amplios y profundos en lo social, lo económico y lo político.

En América Latina la historia de revolución y resistencia es larga. El levantamiento bolivariano del siglo XX arrancó las colonia a los amos de ultramar, España y Portugal, y reacomodó Latinoamérica en la multitud de naciones que conocemos hoy en día. Se puede interpretar el apasionado apoyo por parte de las naciones americanas —aunque infructuoso en última instancia— a la inclusión de Cuba como una afirmación a las raíces revolucionarias de esa nación. Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara lograron en Cuba lo que pocos han logrado en otras naciones: se rebelaron y destronaron a un dictador brutal, que contaba con el amplio apoyo de Estados Unidos por medio del colonialismo indirecto del corporativismo y las inversiones multinacionales. Desde entonces Cuba ha pagado cara su victoria a través del embargo impuesto por Estados Unidos. Su inclusión en las cumbres futuras constituirá un desafío a la injerencia política de Estados Unidos, a sus subterfugios y colonialismo indirecto. A medida que las naciones de Centro y Sudamérica continúan forjando alianzas comerciales con otras regiones a parte de EE.UU., la falta de ideología y el nihilismo basado en el afán de lucro de las corporaciones multinacionales occidentales se vuelve más y más patente. Lo cual no quiere decir que los lazos con China vayan a ser más igualitarios.

Pero ahora la región tiene el suficiente peso debido a su desarrollo económico como para que se pueda usar a fin de asegurarse de que las negociaciones y el establecimiento del comercio internacional no sean tan explotadores como antes. Cuba tal vez sea la primera nación en escapar de las cadenas del colonialismo indirecto, pero las acciones de sus vecinos regionales indican claramente que no será la última.

Cory Sine es un escritor y fotógrafo radicado en Squamish, BC. Tiene varios artículos publicados en línea en Dialogue with Diversity y participó como orador en el Quinto Festival Anual por la Paz de Ottawa en septiembre del 2011.