La línea recta es profana e inmoral

Dos maneras de ser

Disciplina vs. sensualidad.

Imagen de Google Earth / Matthias Zeigler

El lado romántico del alma germánica siempre ha amado el espíritu popular italiano. Como Goethe, los septentrionales siempre han buscado huir, aunque fuese en unas breves vacaciones, del implacable ethos de prudencia y disciplina para encontrarse con las acogedoras ineficiencia y sensualidad de los climas y cultura mediterráneos.

La moneda única europea, combinada con la carga del estado de bienestar inventado por Bismarck que se enfrenta a la defunción demográfica y a la competencia del auge del resto del planeta, ha puesto fin a esta gozosa complementariedad.

Ahora todos se encuentran ligados en un destino continental, obligados a responder ante las mismas exigencias del mercado global armonizando sus distintos temperamentos y ritmos en la melodía protestante de productividad, competitividad y responsabilidad fiscal.

No es sorprendente que se esté dando una retirada en todos los frentes que deja al proyecto de integración europea en una suerte de purgatorio entre la antigua nación estado y una unión política europea completa. En un notable giro de los acontecimientos históricos el problema vuelve a ser un asunto de indulgencias. La Reforma Protestante se originó con la revuelta de Martín Lutero en contra de que los pobres campesinos alemanes debieran comprar indulgencias a la pudiente clerecía de Roma para así librarse del Purgatorio. Hoy en día, los acaudalados descendientes de Lutero rehúsan dar la indulgencia a los pobres y obligan a pagar impuestos a los italianos y otros pueblos del sur, en nombre de una utopía común europea.

Quizás los habitantes metafóricos de la «choza austera» de Heidegger aún añoren las piedras de Florencia, bañadas por el sol, pero que el diablo les lleve si la languidez de otros se paga a sus expensas.

Uno se pregunta dónde va a terminar todo esto. Si Europa no unifica su acción política colectiva para resolver la crisis de la eurozona, se frenará la prosperidad y se producirá una peligrosa fragmentación política llevada a sus extremos, como ya sucedió una vez, trágicamente, en el s. XX. Si Europa triunfa en su intento de convergencia alrededor de los austeros estándares alemanes en un mundo globalmente competitivo, ¿qué será de las cordiales culturas del sur?

Sí, los trenes deben llegar puntuales. Los impuestos deben pagarse. Pero uno se pregunta a dónde conduce la lógica de la armonización. Cuando una Europa convergente abra los servicios a los vientos de la competencia, ¿los negocios familiares que podemos encontrar en cada esquina se convertirán en Walmarts, los cafés en Starbucks, las pensiones en Holiday Inns, y las incontables trattorias en homogéneas cadenas de restaurantes?

Para tener un atisbo del futuro echemos un vistazo al lugar más productivo del planeta (aunque también el más estéril y el de menos encanto): Silicon Valley. Los edificios que alojan la revolución de la información son bloques indiferenciados, salvo por los logos de diseño de Yahoo!, Intel u Oracle, rodeados por zonas verdes impecables cruzadas por amplios bulevares. No hay ninguna peculiaridad arquitectónica. Aunque la conectividad es el principal negocio, no hay plácidos paseantes por ningún sitio, con la excepción de algún corredor solitario. En una reciente visita a Santa Clara el único signo de vida social lo proporcionaba un grupo de ingenieros informáticos indios que, solos y lejos de casa, bebían cerveza en Pedros, una falsa cantina mexicana.

No mucho después de mi visita a Santa Clara estuve en Roma paseando por la neoclásica Plaza del Pueblo, diseñada por Giuseppe Valadier a principios del s. XIX. Los adolescentes se reunían espontáneamente alrededor de la fuente que se halla más allá del obelisco de Seti I, en el centro de la plaza. Los cafés circundantes estaban repletos de clientes, que fumaban y conversaban. Montones de paseantes pasaban junto a las iglesias gemelas de Santa María de los Milagros y Santa María en Montesanto, completadas por Bernini, de camino a la Vía del Corso. ¿Quién cambiaría lo uno por lo otro? Por supuesto nada en la vida debe ser «lo uno o lo otro». Y Alemania aún está muy alejada de la América corporativizada. Pero deberíamos tener cuidado con lo que deseamos al tratar de armonizar la actual interdependencia de identidades plurales.

Sería reaccionario rechazar el futuro, pero deberíamos tener cuidado de no hacer desaparecer aquello que hace que la vida merezca ser vivida por querer asignar una tarea a cada hora, tal y como los mismos alemanes comprenden cuando regularmente viajan al sur para tomarse un descanso de tanta eficiencia.

Nathan Gardels es el editor de New Perspectives Quarterly. Ha dado conferencias en la Organización Educativa, Científica y Cultural Islámica (ISESCO) en Rabat (Marruecos) y en la Academia China de Ciencias Sociales en Pekín. Gardels vive en Los Ángeles con su mujer Lilly y sus dos hijos, Carlos y Alexander.