Las grandes ideas de 2013

Cada día llega una nueva alarma

¿Despertaremos a tiempo?

Cada día trae consigo una nueva alarma... un terremoto o un huracán, un ataque terrorista o una guerra, nuevos informes y noticias sobre los últimos químicos y productos que ahora sabemos que causan cáncer, sobre las últimas fábricas que han tenido que echar el cierre y la última oleada de trabajadores despedidos, sobre los últimos rescates bancarios y desorbitados bonus corporativos que se han pagado con dinero público, sobre qué nueva serie de ejecuciones hipotecarias se ha llevado a cabo, qué nuevo experimento genético ha conseguido colarse en nuestras reservas de comida, sobre cuál ha sido el último vestigio de bosque milenario en ser deforestado, qué especies se han extinguido, qué río ha sido contaminado por el vertido de crudo de turno por culpa de un oleoducto roto, qué bahía anegada de nubes de petróleo ha visto morir su último gran pez en redes de arrastre...

Y a cada nuevo anuncio de la destrucción de individuos, comunidades y ecosistemas, surge la repentina intervención de un fascinante e ingenioso aparato que hará nuestras vidas mucho más fáciles y ricas, un nuevo escándalo de un famoso, una película taquillera, una nueva droga o producto que nos mantendrá en equilibrio en el filo de la navaja entre la salud y la dependencia, un nuevo megaproyecto que traerá trabajo y prosperidad a las comunidades y economías al borde del colapso.

Es como si esos dos momentos —de desesperación y de esperanza, de cataclismo inminente y de instantánea gratificación que nos entumece las neuronas y el alma— estuviesen ingeniosamente planeados para nosotros según un guión meticulosamente coordinado, como una película que nos arrastra por subidones emocionales, bajones y subidones de nuevo en el transcurso de tres actos, con nuestros corazones siempre bajos los hilos del director.

Queremos, ante todo, cambiar. Ser diferentes y marcar la diferencia. Ser mejores. Más saludables. Más inteligentes. Más ricos. Más guapos. Amar más y ser más amados. «Si tan solo lo intentásemos con un poco más de ganas, si trabajásemos un poco más duro...» pensamos. El cambio —un nuevo yo, un nuevo mundo— está siempre ahí, gravitando tentadoramente frente a nosotros, fuera de nuestro alcance. Una nueva vida, más creativa, más conectada, más satisfactoria; un nuevo régimen de salud; un mundo salvado por la salud y por la belleza... Pensamos que es solo cuestión de nuestro poder adquisitivo. Las empresas nos dicen que están dispuestas a ayudar: crecer es la respuesta; compra sus productos y cambiarás el mundo. Después de todo, son «innovadores», agentes del cambio. Pueden ayudarte a descubrir el nuevo tú. Pueden, de hecho, ayudar a que seas un nuevo y mejor tú. Al menos cada anuncio está para decirnos que esto es así, están para apaciguarnos, desactivarnos, calmarnos, coaccionarnos y engatusarnos entre el impacto y el horror de las «noticias» y el «entretenimiento», cada día más indistinguibles entre sí.

Mientras tanto vamos tirando para adelante. Nos esforzamos, consumiéndonos, año tras año. Los prospectos socioeconómicos disminuyen, y nuestra deuda personal y nacional aumenta. En la lucha, nos consolamos con las diversas distracciones disponibles. Alcohol y drogas. Comida y sexo. Dinero. Eventos deportivos. Televisión. Internet. Facebook y Twitter nos engullen en un simulacro monetizado de «lo social». Olvidamos los horrores mientras las horas se van escurriendo entre los dedos...

Pero el mundo del miedo regresa en cuanto las distracciones languidecen. Desempleo. Austeridad. Calamidades medioambientales. Un sistemas judiciales y político aparentemente insensible, arrogante e inepto. Hay algo ruin y , coercitivo que debe de estar moviendo los hilos, amañando la jugada e inclinando el campo de juego. Todo esto parece demasiado grande y complejo para que alguno de nosotros lo «cambiemos», a pesar de lo mucho que nos gustaría cambiar nosotros mismos y el sufrimiento en el mundo que nos rodea. Y entonces los reinos de las distracciones aparecen de nuevo ahí, haciendo señas. Podemos comer, podemos ir de compra, podemos conectarnos, echar un vistazo a las actualizaciones de estado de nuestros amigos y a sus graciosos e irónicos posts. La rabia también está en el menú y están esos que nos distraen de buena gana indicándonos hacia dónde canalizar nuestra ira, hacia qué grupo, a quién excluir, a quién debemos culpar por todo esto...

Por supuesto, las consecuencias de esta sociedad —destrucción medioambiental, envenenamiento químico y electromagnético de nuestros cuerpos y mentes, alienación, tiempo y vidas perdidas, pobreza y marginación, violencia y explotación absoluta— quedan completamente ignoradas, pues de su existencia depende el método mismo de hacer beneficios y el funcionamiento de toda la maquinaria. Por supuesto, los sistemas políticos y judiciales solo sirven realmente a los intereses de la acumulación de capitales y del 1% que dirige y se beneficia de esta oportuna acumulación. ¿Qué puedes tú —el coaccionado y complaciente 99%— hacer en relación a este omnipotente sistema? solo hacer tu trabajo y disfrutar del entretenimiento. Dejar las grandes preguntas a los ricos y poderosos, a los expertos y a los «líderes».

Stephen Collis es un poeta, activista y crítico social. Este ensayo está adaptado de su último libro Dispatches from Occupation. Collis enseña poesía contemporánea y poéticas en la Universidad Simon Fraser en la Columbia Británica, Canadá.